Comentario
Un título demasiado largo
A semejanza de las relaciones que le preceden, el segundo fragmento del Códice Ramírez carece de paternidad conocida. Ello, empero, no implica que se deba renunciar a efectuar el pertinente estudio crítico, porque un examen superficial del anónimo manuscrito pone de manifiesto un detalle de gran interés. Me refiero a las frecuentes tachaduras que se encuentran en la obra. Estas enmiendas, que en circunstancias más favorables hubieran parecido triviales, tienen un valor extraordinario a la hora de determinar la filiación de un escrito que, recordémoslo, carece de fecha y firma. Por supuesto, elaborar una teoría sobre tan endebles cimientos puede parecer heterodoxo, arriesgado y conjetural en extremo; mas, desgraciadamente, no existe ninguna opción alternativa. O se sigue la frágil pista hasta las últimas consecuencias, corriendo el riesgo de caer en el más absurdo de los cartesianismos; o se pasa por alto la espinosa cuestión, que queda relegada a la sección de enigmas varios.
Ante todo, conviene fijarse en el encabezamiento que inicia la relación. Aunque el escrito llevaba en principio un título muy en consonancia con los gustos literarios de la época -Noticias relativas a la conquista desde la llegada de Cortés a Tetzcuco hasta la toma del templo mayor de México-, el misterioso autor, descontento con tan rimbombante epígrafe, lo redujo de forma drástica, tachando todo el párrafo salvo la palabra inicial. A primera vista, poco se puede decir de la testadura, salvo que el escritor tenía un nuevo título en mente y, por razones ignoradas, no lo consignó. Sin embargo, el marbete final, pese a su ambigüedad, resulta muy sugestivo desde el punto de vista filológico. Al respecto, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la voz noticia de la siguiente manera: apuntamiento de algunas especies o materias para extenderlas después o acordarse de ellas. De lo expuesto se deduce que o bien nos encontramos ante el borrador de una obra original, como pensaba Ramírez; o, por el contrario, ante un resumen sacado de un texto va redactado. Dicho con otras palabras, existen los suficientes indicios para suponer que pudo haber una segunda obra y un segundo autor.
Naturalmente, esta conjetura necesita apoyos más firmes que una mera divagación lingüística. Para ello, conviene examinar las restantes testaduras para determinar los motivos que impulsaron las modificaciones. Si lo tachado responde a razones de estilo, habrá que dar la razón a don José Fernando Ramírez; mas si las enmiendas responden a una lógica distinta a la esbozada en las Noticias, a una mentalidad historiográfica diferente, entonces mi aserto cobra fuerza.
Ahora bien, antes de dar el paso expuesto en el párrafo precedente debemos estudiar previamente el contenido de la relación, que se divide en catorce capítulos sin numerar. Aunque se podría escribir largo y tendido sobre el manuscrito, de momento me limitaré a poner de relieve una observación que considero crucial. El hecho de que las Noticias recojan la versión tetzcocana del dramático enfrentamiento hispano-azteca implica que el anónimo autor, consciente o inconscientemente, cayó en todos y cada uno de los vicios típicos de esa actividad que los eruditos, pomposamente, han dado en llamar microhistoria. El discurso panegirista de los acontecimientos, subjetivo y manipulado, que caracteriza a los historiadores locales, a los cronistas matrios, alcanza tales cotas en las Noticias que el narrador, violentando realidades indiscutibles, llegó a negar la participación de los tlaxcaltecas en la caída de México-Tenochtitlan:
Partido de Tlaxcallan Cortés llegó en dos días a Tezcuco [...] y el mismo día se fue don Fernando [Ixtlixochitl] a Otumba para desde allí despachar y hacer llamamiento por toda la tierra, y en su ausencia algunos tlaxcaltecas, por algún odio antiguo, pusieron fuego a los palacios del rey Netzahualpitzintli [...] Y viniendo don Fernando y sabiendo lo que pasaba, quiso castigar a los tlaxcaltecas, mas Cortés rogó por ellos, y con todo esto mató dos o tres que habían sido caudillos, por lo cual se amotinaron los demás y se volvieron a Tlaxcallan; por donde queda probado que no fueron ellos los que ganaron a México, sino don Fernando Iztlilxuchitl [sic] con doscientos mil vasallos suyos, ayudando a los españoles9.
Por lo tanto, queda claro que el contenido de la redacción original está plagado de errores mal intencionados y exageraciones. Ahora bien, retomando el hilo de la argumentación, cabe preguntar: ¿las testaduras modifican la concepción laudatoria del escrito? Según se desprende de los textos tachados, la respuesta sólo puede ser negativa. Lejos de objetivar la relación, las enmiendas potencian su tono apologético.
Sólo uno de los cinco borrones atañe a la forma10; los restantes afectan al fondo del relato, cuya extensión se vio reducida de manera considerable. La tarea del anónimo corrector perseguía una doble finalidad. De un lado, proporcionar credibilidad a la historia, eliminando tergiversaciones evidentes y puntos polémicos; del otro, difuminar el excesivo protagonismo de Cacamatzin, el tlatoani tetzcocano.
El primer objetivo se saldó con la supresión de un capítulo tan fantasioso, absurdo y disparatado que cualquier burócrata palatino lo pondría en entredicho. En efecto, sólo un ignorante o un malevolente se atrevería a corroborar el párrafo con que nuestro enigmático cronista abre el cuarto capítulo:
Ido Cortés a México, don Hernando Ixtlilxuchitl contentísimo de haber recibido la ley de Dios y fervoroso en ella con la ayuda del capitán Alonso de Zúñiga y de un muchacho llamado Tomás que iba aprendiendo la lengua y le ilustraba en las cosas de la fe, dejando bastante guarda en Tezcuco salió a recorrer las fronteras y a apercibir sus amigos y vasallos para si se le ofreciese a Cortés alguna necesidad, y hecho esto muy a gusto suyo se volvió a la ciudad [de Tetzcoco], donde se ocupaba en el cumplimiento de nuestra santa fe católica, de manera que si hubiera sacerdotes se bautizaran todos, y derribó y quemó los templos y deshizo los ídolos y puso las cosas en tal punto que era cosa de espanto11.
Un lector del siglo XVI que fuera lego en la materia nada objetaría a tan piadoso texto; por el contrario, se haría cruces ante tamaña demostración religiosa. Sin embargo, un probo funcionario del Consejo de Indias, acostumbrado a bregar con las relaciones de méritos y servicios de los con conquistadores novohispanos movería la cabeza negativamente. Y, desde luego, llevaría razón, porque el capitán Alonso de Zúñiga y el paje Tomás solo existieron en la imaginación del autor12.
No contento con incurrir en tan grave dislate, el autor se refería algunas líneas después a la polémica sobre el bautismo de Motecuhzoma, una cuestión que, esgrimida con habilidad, podía cuestionar las razones expuestas por la Corona castellana para la conquista de las Indias. Aunque la alusión carecía de intención crítica, el sentido común exigía la supresión de una referencia que, sin duda alguna, levantaría suspicacias en los círculos cortesanos. Como el resto del texto hacía hincapié en la actividad proselitista de don Hernán, el corrector optó por suprimir el capítulo en su integridad.
Respecto al segundo móvil de las tachaduras, puede afirmarse sin temor a errar que el misterioso censor efectuó una labor de primera clase. Tras los oportunos borrones, Cacamatzin, sobrino de Motecuhzoma y señor del Acolhuacan, no solo perdió el protagonismo que le concedió el texto primigenio, sino que, además, sus relaciones con Ixtlilxochitl, hermanastro suyo, desaparecen como por ensalmo.
El gobernante tetzcocano mantuvo desde el principio de la Conquista una actitud ambigua, muy en consonancia con su nombre13, que sólo se desveló tras la prisión de Motecuhzoma. En los momentos iniciales, Cacamatzin, como buen gobernante títere, defendió con ardor las decisiones de su imperial tío, a quien debía el icpalli o trono del Acolhuacan14. Así, cuando el tlacatecuhtli mexicano, preocupado por la llegada de don Hernán al Valle de México, convocó una junta de magnates para dictaminar cual había de ser la postura a seguir, el leal sobrino fue el único asistente que apoyó la opinión del gobernante tenochca. El Sombrío, pregonero de su regio pariente, recordó a los congregados la inviolabilidad de los embajadores --el astuto Cortés se había presentado como legado del emperador Carlos--, y pidió que se admitiera a los barbudos forasteros en la Venecia americana:
Ya cabo de esto el Motecuzuma, sabiendo lo que pasaba, llamó a su sobrino Cacama a su consejo y a Cuitlahuacatzin, su hermano, y [a] los demás señores y propuso una larga plática en razón de si se recibirían los cristianos y de qué manera, a lo cual respondió Cuitlahuacatzin que a él le parecía que en ninguna de las maneras, y el Cacama respondió que él era de contrario parecer, porque parecía falta de ánimo estando en las puertas no dejarlos entrar, de más que a un tan grande señor como era su tío no le estaba bien dejar de recibir unos embajadores de un tan grande príncipe como era el que les enviaba, de más de que si ellos quisiesen algo que a él no le diese gusto, les podía enviar a castigar su osadía teniendo tanto y tan valerosos hombres como tenía; y esto dijo que era su último parecer, y así el Motecuzuma antes que hablase nadie dijo que a él le parecía lo propio. Cuitlahuacatzin dijo: "plega a nuestros dioses que no metáis en vuestra casa a quien os eche de ella y os quite el reino, y quizá cuando lo queráis remediar no sea tiempo". Con lo cual se acabó y concluyó el consejo y aunque todos los demás hacían señas que aprobaban este último parecer, Motecuzuma se resolvió en que los quería recibir, hospedar y regalar15.
Por supuesto, la lealtad y el sentido común del señor acohua era una mise en scène. Apenas Malinche colocó los fierros al desdichado Motecuhzoma, Cacama, engolosinado por la tentación de usurpar el icpalli imperial, rechazó la autoridad del tenochca y se declaró en abierta rebeldía. La conspiración fracasó y el tetzcocano, víctima de una trampa, cayó en las manos de su irritado pariente, quien se lo entregó a don Hernán:
Visto esto, el rey Cacama, entendida la prisión de su tío, llamó a don Pedro Cohuanacotzin, su hermano, y se fueron a Tezcuco con intento de juntar gentes para venir contra los españoles, pero no tuvo efecto respecto a don Hernando [Ixtlilxochitl] que estaba de por medio y aún el mismo Motecuzuma dio orden cómo se le trajese a México al Cacama16.
Los párrafos transcritos aparecen testados en el manuscrito original. ¿Por qué? Porque, en mi opinión, conservar el discurso del monarca tetzcocano implicaba correr el riesgo de que el lector hispano simpatizase con el Sombrío. Por otra parte los descendientes del linaje real acolhua no verían con buenos ojos la reproducción del sesudo parlamento de la oveja negra familiar. Ahora bien, si tal era el propósito perseguido, ¿no resulta ilógica la supresión de la traidora conducta de Cacamatzin? Rotundamente, no. Un examen superficial de la cuestión demuestra que la censura tenía su razón de ser.
La difícil postura de Motecuhzoma --inteligente, sutil y por ello incomprendida-- resulta cuando menos claudicante e indigna para el común de los mortales, educados desde la tierna infancia en los grandilocuentes conceptos de heroísmo, patriotismo y demás ismos; mientras que la rebeldía del sobrino levanta el entusiasmo de tirios y troyanos. La figura de un joven príncipe, que, asqueado y sin estómago para resistir --los adjetivos no son míos--, rompe los lazos de sangre, lanza a los cuatro vientos el grito de libertad y se alza en armas contra el Quisling mesoamericano impresiona, qué duda cabe. Y no sólo al profano... también muchos eruditos, seres humanos al fin, se estremecen emocionados ante tan heroico acto. Véase si no la cita siguiente, fruto de la bien cortada pluma de don Manuel Orozco y Berra:
Conducido en hombros de los nobles [Cacamatzin] fue llevado a la presencia de Motecuhzoma; reconvínole éste su proceder, mas él no perdió la entereza y con palabras desabridas le echó en cara su afeminada cobardía; furioso el emperador entregó su sobrino en manos de don Hernando. [...] Así, aquel miserable emperador se tornaba en vil instrumento de sus carceleros y por medios reprobables entregaba a cuantos sentían en el corazón el amor de la patria17.
Ocurre, sin embargo, que la prosaica realidad casa mal con el romanticismo. Como he señalado en otra ocasión, ni los acontecimientos se desarrollaron de tan simplista manera, ni tienen cabida en ellos los planteamientos mazdeistas18. A lo que parece, la persona que borró los textos conocía bien la psicología humana, El lector de las Noticias difícilmente suscribiría la opinión de Orozco sobre Cacamatzin.
Evidentemente, la depreciación política de Cacamatzin favorecía a su hermanastro, el díscolo príncipe Ixtlilxochitl, quien se convertía así en el indiscutible héroe de la gesta cortesiana. No obstante, convenía pulir la tarea, pues el manuscrito presentaba las relaciones fraternales de una manera tan ambigua que el héroe Ixtlilxochitl perdía credibilidad. Los dos últimos testados solo se comprenden desde este punto de vista.
El complejo panorama geopolítico del México central --muy similar al de la Italia renacentista-- propiciaba la traición solapada, la hipocresía política y la aplicación exhaustiva de las enseñanzas de Niccolo Maquiavelli. La dureza de una situación donde imperaban la ley de la jungla, donde la mera supervivencia física era el único fin en muchas ocasiones, legitimizaba el uso de medios heterodoxos o censurables. Un nativo lo comprendería; pero ¿lo admitiría un castellano? Probablemente no. Por eso, era de vital importancia eliminar aquellos párrafos que pudieran poner en la picota las honradas intenciones del gran amigo de Cortés.
Examinada bajo esta perspectiva, la primera testadura, que comprende el capítulo inicial en su totalidad, cobra una coherencia imposible de captar por otros medios. El relato de la entrevista que Ixtlilxochitl mantuvo con su hermano Coanacotzin, emisario del Sombrío, en Tepetlaoztoc sacaba a la luz un hecho desagradable: el combativo magnate acolhua había aceptado, siquiera por una vez, los planes de los tiranos Motecuhzoma y Cacama. Al menos, a esa conclusión se llega tras la lectura del capítulo que abre las Noticias:
[...]trataron de muchos negocios y Cohuanacotzin dijo lo que pasaba en México y cómo el rey Cacama, su hermano, estaba allí y Motecuzuma, su tío, le había cometido el recibimiento de los españoles, y que él había venido en orden de su hermano a apercibir en la ciudad comida y regalos para si acaso quisiesen venir por allí, y pues que ya tenía nueva cierta que habían de venir a salir por aquel camino, era de[l] parecer que los recibiesen y convidasen a su ciudad y el Iztlilxuchitl [sic] que como [lo] deseaba dijo que sí y así los recibieron19.
Si se hubiera conservado el texto, el aliado de Cortés habría quedado en mal lugar, porque, desde luego, su comportamiento resulta muy poco edificante. Empero, tras los oportunos borrones, la figura del acolhua adquiría una intachable respetabilidad. Cacama e Ixtlilxochitl eran hermanos, sí; mas nada tenían en común, pues sus distintas motivaciones les llevaba a actuar de manera independiente.
Resta por examinar el pasaje omitido en el quinto capítulo, cuyo largo título también se suprimió. El párrafo en cuestión abordaba uno de los temas más espinosos de la Conquista: la activa participación de Motecuhzoma en la detención de Cacamatzin. El texto censurado se inicia de manera un tanto abrupta, pues mutila la conversación que Motecuhzoma y Cortés tuvieron a propósito de la actitud rebelde del gobernante acolhua. El impulsivo extremeño pretendía marchar sobre Tetzcoco y capturar al traidor; pero el Motecuzuma le dijo que no hiciese tal, porque Cacama era muy orgulloso y señor de los culhuas y chichimecas, y la ciudad muy fuerte, y le sucedería mal; y así tomó su consejo y porque le dijo que él le haría venir y le aplazaría, y así le mandó llamar por ciertos señores y vino, aunque lo trajeron con muy grandes cautelas y engaños hasta la laguna, donde teniendo recaudo de canoas y gente de guardia dieron con él en México, y no queriéndole ver Motecuzuma, porque estaba enojado con Cortés respecto de que aquel día se determinó a echarle grillos, mandó que se le entregasen (que a tanto llegó la confusión de Motecuzuma viéndose con grillos, que no osó de vergüenza ver a su sobrino), y entregado el preso amaneció un día muerto el desdichado Cacama, postrero rey y heredero directo del imperio chichimecatl, de edad de veinticinco años no cumplidos y gentil. Entre tanto que estas cosas pasaban en México y en ausencia de don Fernando20.
A primera vista, la poda resulta un tanto absurda, porque los sucesos consignados eran de sobra conocidos. La especie, moneda corriente en el virreinato, se encontraba prolijamente relatada en cualquier crónica de la época, figurando incluso en la segunda Carta-relación de Hernán Cortés21. Sin embargo, una segunda lectura pone al descubierto algunos detalles sui generis que, sin duda alguna, irritarían a más de un poderoso.
En primer lugar, la abierta acusación de regicidio lanzada contra don Hernán --uno de los tópicos de las historias de inspiración indígena-- sería mal recibida en los círculos castellanos. Pocas personas, salvo el extremeño y sus allegados, negarían la denuncia en la España del siglo XVI. Para muchos españoles de la época, Cortés asesinó a Cacamatzin; pero en unas circunstancias que le eximían de cualquier culpa. Gracias al crimen, el ejército español logró salir sano y salvo de la capital mexicana.
En mi opinión, el aserto parece lógico y admisible. El capitán castellano, buen etnólogo, había observado que los nahuas del México central suspendían las hostilidades durante las honras fúnebres y, obsesionado por escapar de la lacustre ratonera, vio en la práctica una oportunidad para retirarse de Tenochtitlan. De manera que ordenó sin pestañear la ejecución de Cacamatzin y de los restantes prisioneros. El testimonio de fray Francisco de Aguilar --un sanguinario conquistador devenido en fraile dominico y, por ello, autor digno de confianza-- corrobora la suposición. En su relación, el antiguo soldado afirma textualmente:
Moctezuma herido en la cabeza dio el alma a cuya era, lo cual sería a hora de vísperas, y en el aposento donde él estaba había otros muy grandes señores detenidos con él a los cuales el dicho Cortés, con parecer de los capitanes, mandó matar sin dejar ninguno, a los cuales ya tarde sacaron y echaron en los portales donde están ahora las tiendas, los cuales llevaron ciertos indios que habían quedado que no mataron [...] Hecho esto, venida ya la noche, el capitán Hernando Cortés con los demás capitanes dieron orden cómo todos saliesen con gran silencio22.
Aunque los crímenes jamás dejan de ser crímenes, existe una gradación que los hace más o menos odiosos. Éticamente hablando, no es lo mismo ejecutar a unos pocos para salvar las vidas de muchos que el asesinato cometido a sangre fría. Como el autor de las Noticias presentaba el suceso de una forma que cualquier juez calificaría de homicidio en primer grado, el anónimo escrito resultaba inaceptable para la Corona. Al actuar el marqués del Valle con nocturnidad, alevosía y premeditación había violado el derecho natural y moral, ergo... la dominación española de Tetzcoco --fruto del acto-- era ilegítima.
Mas el espantoso crimen también salpicaba a Ixtlilxochitl, el noble príncipe acolhua. Si, según repite el texto una y otra vez, nada se hacía en Tetzcoco sin el conocimiento del belicoso magnate, Ixtlilxochitl, forzosamente, tuvo que participar en la conjura contra Cacamatzin, convirtiéndose con ello en cómplice del asesinato. Aunque en el testado se mencionaba de forma expresa que el aliado de Cortés se encontraba casualmente fuera de Tetzcoco, conservar el texto era peligroso, porque en las líneas anteriores se le relacionaba con el affaire Cuauhpopoca, y ello invitaba a relacionar uno y otro suceso.
En su deseo de librar al hijo de Nezahualpilli de toda sospecha, el misterioso corrector incurrió en un grave dislate que destrozó una gran parte de la labor previa. Consistió éste en respetar el pasaje final del capítulo, que, como se verá a continuación, carece de desperdicio:
Y en esto llegó la nueva de la muerte del rey de Cacama y el don Fernando y todos hicieron grandísimo sentimiento, y en particular por parte de don Fernando, que se quejó de Cortés al capitán Zúñiga, no tanto por su muerte, cuando porque le habían muerto sin el bautismo; aunque pasó por ello respecto del amistad de su ley y de la que ya a su nuevo emperador23.
Las contradicciones saltan a la vista. La acusación de regicidio, cuidadosamente eliminada, reaparece con fuerza al siguiente renglón. Y no para aquí el desliz, pues la enérgica protesta de Ixtlilxochitl se presenta al fantasmagórico capitán Zúñiga. Por lo visto, la mente del corrector se obnubiló al comprobar tamaño ejemplo de piedad cristiana.
Sea como fuere, el examen de las testaduras ha dado unos magníficos resultados, ya que nos permite establecer algunas conclusiones bastante lógicas.
Ante todo, queda claro que el segundo fragmento del Códice Ramírez no es el borrador de un original, como pensaba su ilustre descubridor, sino unos apuntes, unas noticias, tomadas de un texto ya redactado.
El autor de la relación que inspiró las notas era con toda seguridad un tetzcocano, cuyo amor patrio le condujo a crear una historia apologética llena de exageraciones, erróneas interpretaciones e ingenuas manipulaciones. El anónimo historiador pretendía destacar el papel del pueblo acolhua en conjunto. Por eso concedió a Cacamatzin, enemigo de la cruz y de Castilla, un protagonismo que obscurecía en ocasiones el papel de su hermanastro, el famoso Ixtlilxochitl.
La persona que copió las noticias no compartía este punto de vista. Menos chauvinista que su colega, eliminó cuidadosamente las falsedades más evidentes.
Al censurar el texto, el copista pretendía un doble objetivo: de un lado, eliminar el tono antiespañol del relato, inaceptable para el lector castellano; del otro, realzar en mayor medida la personalidad de Ixtlilxochitl. Aunque de hecho ambos fines se complementaban, el último predominó de facto.